domingo, 11 de marzo de 2012

Messi siempre es más

Rubén Uría

Messi siempre es más

Pude ver jugar a Marco Van Basten, bailarín del Kirov del área, embajador de la plasticidad de la Naranja Mecánica , ángel exterminador de furia, potencia y arte, obligado a una retirada forzosa por la maldición de Aquiles, el tobillo, el mismo que mató al griego en las playas de Troya y al holandés errante, en los quirófanos. Pero Messi es más. Tuve la fortuna de disfrutar de Michel Platini, un superdotado liviano, una inteligencia superlativa, un cerebro frío como el hielo y el perfume más 'chic' del ejército desarmado de Francia. Pero Messi es más. Contemplé a Roberto Baggio, el italiano más brasileño de todos los tiempos, una perilla zen con coleta de genio, un equilibrista consumado, un bailarín de claqué que jugaba en un sello postal, un genio que dominaba el centro de la escena y que hacía poesía en cada tiro libre. Pero Messi es más. Me enamoré de Emilio Butragueño, brazos caídos en el área, aceleración de cero a cien en un segundo, especie única que voló en Querétaro para hacer jirones a la 'Dinamita roja' de los vikingos, opositor a La Moncloa y yerno deseado por todas las madres. Pero Messi es más.
Fui abducido por Romario Da Souza Faría, una pantera de ébano que vacunaba porteros, que asestaba zarpazos de tigre dormilón y que convertía goles de dibujos animados, hasta que decidió dejar de mirar a los ojitos para bailar en la arena de Ipanema. Pero Messi es más. Mis ojos se clavaron en Ronaldo Nazario de Lima, un donut de carne nacido para el gol, un extraterrestre que, hasta que las rodillas le aguantaron, fue una locomotora humana, una manada de búfalos en estampida, un terremoto humano embutido, un asesino en serie con cara de niño. Pero Messi es más. Fue un lujo ver a Zinedine Zidane, un falso lento que jugaba con esmoquin,  un elefante bailarín que anestesiaba pelotas que bajaban con nieve, que teledirigía balones a la escuadra y que devolvía el precio de la entrada. Pero Messi es más. Quedé fascinado por Ronaldinho Gaucho, una sonrisa con tobillo de goma, de imaginación desbordante y regate eléctrico, al que la magia abandonó cuando le negó el pie al balón y le estrechó la mano a la pereza y la fiesta. Pero Messi es más.
Y los dioses del fútbol, caprichosos, me concedieron la bendición de poder ver levitar con una pelota a Diego Maradona, el sueño del pibe, una escultura maciza de Botero,  un pie de seda envuelto en una carrocería de mantecas, el fútbol de barrio elevado a su máxima expresión. Vi al Cebollita que soñaba jugar un Mundial y consagrarse en Primera porque, tal vez, jugando pudiera, a su familia ayudar. Vi al barrilete cósmico de Victor Hugo Morales en plenitud, en el Azteca, reescribiendo el signo de la guerra de Las Malvinas, donde los ingleses iban con tanques y los argentinos iban con cañones de chocolate. Vi cómo se convirtió en el orgullo de los napolitanos -a los que recibían al grito de 'lavati' en el norte de Italia-, refundando Nápoles como corte de sus milagros. Y antes de que, como le cantara el Potro Rodrigo, la fama le presentara una blanca mujer de misterioso sabor y prohibido placer, vi a su zurda desafiar a ley de la gravedad, reventar cualquier domingo y hacer volar una paloma por el ángulo. Pero Messi es más.
Dicen que Messi no existe sin Xavi Hernández y sin Andrés Iniesta, que solo es la descarga eléctrica que llega como consecuencia de esos dos hilos conductores. Dicen que no es profeta en su tierra y que es un 'pechofrío'. Dicen que tiene menos mística que Pelé, aquel moreno que pateaba planetas y remataba meteoritos. Dicen que no es Di Stéfano, ese mito de Sísifo, ese hombre-orquesta, ese Atila de blanco que no ganó el Mundial. Dicen que no tiene la frenada de Cruyff, el junco endiablado que revolucionó el fútbol, pese a que tampoco besó una Copa del Mundo. Dicen que no es tan iconoclasta como Maradona, que jamás hará campeón a un equipo pobre, que no tendrá su trascendencia social, que le falta un punto de su rebeldía y que tiene menos palabra que un telegrama. Dicen. Pero nadie jugó tan bien y durante tanto tiempo. Nadie fue Pelé a todas horas, nadie fue Maradona cada domingo, nadie tuvo el desequilibrio de Cruyff en cada partido y nadie fue tanto como Di Stéfano en las grandes citas. Nadie añadió tanta regularidad a tanto talento, esparciéndolo y derrochándolo en cada partido, como una fiesta para los ojos del planeta. Leo es infinito. No conoce sus límites, si es que los tiene. Messi siempre es más.
Rubén Uría / Eurosport

1 comentario:

  1. y sigue igual...muchos títulos más...muchos goles más...muchas asistencias más....y ya con casi 29 años...en fin...un genio...un crack...el mejor de la historia sin discusión....

    ResponderEliminar